Cada elección que hacemos deja una huella imborrable, como una marca en nuestro camino. Algunas se convierten en heridas que, aunque cicatricen, ocasionalmente resurgen en la memoria para recordarnos su peso. Otras, en cambio, se transforman en insignias de valentía, testimonio de las batallas que hemos enfrentado.
Los errores no son simples equivocaciones, sino lecciones grabadas en nuestra historia personal. No se borran, pero tampoco deben definirnos. Su verdadero valor no está en el dolor que pudieron causar, sino en la sabiduría que dejaron a su paso. Aprender a convivir con ellos —recordarlos sin permitir que nos anclen al pasado— es el desafío más grande.
Hoy, como siempre, estamos escribiendo nuestro futuro. Que cada experiencia, ya sea de triunfo o de caída, se convierta en parte de ese archivo personal donde coexisten los recuerdos de lucha y los momentos de luz. Porque al final, no se trata de evitar las cicatrices, sino de honrar lo que nos enseñaron mientras seguimos avanzando.