Por Dayvi López Vargas
La reciente reunión entre el expresidente Danilo Medina y el actual mandatario Luis Abinader ha reavivado un debate necesario sobre los fundamentos éticos del poder en República Dominicana. Medina no se equivocó al señalar que fueron otros quienes iniciaron estos acercamientos, revelando una dinámica de negociación que trasciende las diferencias partidistas. Este hecho, aparentemente anecdótico, encierra una paradoja histórica: mientras el nacionalismo dominicano busca inspiración en los ideales de Rafael Abinader (padre del presidente) —quien en su momento denunció con vehemencia los fraudes electorales y defendió la institucionalidad—, la realidad política actual parece navegar en aguas más turbias.
El Tribunal Constitucional, con su reciente fallo, no solo definió un límite jurídico sino que expuso una verdad incómoda: tanto el peledeísmo como el abinaderismo comparten responsabilidades en problemas estructurales del país, particularmente en la crisis haitiana. Mientras ambos líderes dialogan, resulta irónico que un alto mando militar cercano al poder actual enfrente condenas por desfalco a las Fuerzas Armadas, institución que el propio padre del presidente defendió con ahínco. Esta contradicción revela un divorcio peligroso entre el discurso y la práctica política.
Es urgente rescatar los principios que alguna vez guiaron a la nación: respeto irrestricto a las sentencias judiciales, transparencia electoral y dignificación de las instituciones castrenses. Sin embargo, cuando las estrategias de poder se reducen a un «balaguerismo» maquiavélico —por un lado— y a un pragmatismo oportunista —por otro—, el país queda atrapado en un círculo vicioso. La doctrina de Rafael Abinader merece ser más que un eslogan; debe convertirse en acción. Mientras tanto, la pregunta persiste: ¿Están estos diálogos pensando en el país o en preservar élites? La patria exige coherencia, no reuniones de conveniencia.
