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¿Repetimos la historia? Sionismo, limpieza étnica y la sombra del nazismo

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Por Freddy González

La historia de la humanidad está plagada de episodios oscuros que, por dolorosos que hayan sido, deberían servir de advertencia para no volver a cometer los mismos errores. Entre esos capítulos, la “Solución Final” del régimen nazi, que llevó al exterminio sistemático de millones de judíos, se considera uno de los crímenes más atroces del siglo XX. Hoy, a más de 80 años de aquellos horrores, surgen paralelismos preocupantes con las políticas implementadas por el actual gobierno de Israel sobre el pueblo palestino, particularmente en la Franja de Gaza.

Aunque a primera vista pueda parecer provocador o incluso incendiario, lo cierto es que hay similitudes ideológicas entre el nazismo y el sionismo extremo: la creencia en la superioridad étnica, la expansión territorial justificada por razones históricas o religiosas, y el uso sistemático de la violencia para imponer un orden unilateral. Ambas ideologías se han sustentado, en sus momentos más radicales, en la deshumanización del otro.

La Alemania nazi, tras la Primera Guerra Mundial, vivió una crisis profunda. El Tratado de Versalles dejó a la nación sumida en humillación y precariedad, y Hitler canalizó el descontento popular culpando a los judíos. Las Leyes de Núremberg de 1935 quitaron derechos a los judíos alemanes, prohibieron los matrimonios mixtos y desencadenaron una serie de medidas que culminaron en la “Solución Final”: guetos, campos de concentración y cámaras de gas.

Hoy, en 2025, el ministro de defensa israelí, Israel Katz, propone una estrategia que recuerda amargamente esos pasos previos al exterminio. Ha declarado públicamente su intención de trasladar a la población palestina de Gaza hacia una “ciudad humanitaria” en el sur del territorio, donde se les prohibirá salir. ¿Cómo no ver en esto un paralelismo con los guetos europeos donde millones fueron encerrados, privados de sus derechos y, eventualmente, eliminados?

El primer ministro Benjamín Netanyahu ha ido aún más lejos al proponer la formalización de la ocupación total de Gaza, la instalación de un gobierno militar y el traslado de millones de palestinos a campos que, en esencia, serían prisiones colectivas. Este tipo de declaración no solo representa una amenaza directa a la existencia del pueblo palestino, sino que también es una negación flagrante de los principios básicos del derecho internacional humanitario.

Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿cuál es la diferencia real entre los guetos judíos del Tercer Reich y las zonas de confinamiento que hoy plantea el sionismo para los palestinos? En ambos casos, hablamos de confinamientos forzosos, restricciones extremas a la movilidad, escasez de alimentos y una política de asfixia sistemática.

La comparación no busca minimizar el Holocausto ni relativizar el sufrimiento del pueblo judío. Muy por el contrario, busca advertir que usar ese sufrimiento como justificación para aplicar políticas similares contra otro pueblo no puede ni debe ser aceptado por la comunidad internacional.

Es inaceptable que estas acciones cuenten con el apoyo o la complicidad de líderes como Donald Trump, quien ha respaldado abiertamente los planes más extremos del gobierno israelí. La comunidad internacional debe pronunciarse de manera firme y clara: la limpieza étnica, el desplazamiento forzado y la negación de derechos no pueden ser tolerados bajo ninguna bandera.

La única salida posible y sostenible para este conflicto sigue siendo la que planteó la ONU en su Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947: la coexistencia de dos Estados —uno judío y otro árabe— sobre el territorio histórico de Palestina. Sin el reconocimiento pleno de esa solución, cualquier alternativa impuesta será una nueva forma de colonización y, posiblemente, un crimen de lesa humanidad.

La historia ya nos mostró adónde conduce el odio institucionalizado. ¿Permitiremos repetirla?

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