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El alma volvió llena: El Gramazo recibe con ternura una visita solidaria cargada de esperanza

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El pasado martes, un grupo de voluntarios de la fundación Mujeres Corona emprendió un viaje hacia El Gramazo, una comunidad suspendida entre montañas, ríos y nubes, en lo alto del municipio Padre Las Casas, provincia Azua. Lo hicieron guiados por una intuición luminosa, sin conocer del todo el camino, pero con el corazón decidido a llegar.

El trayecto fue un poema en contraste: del lado izquierdo, los árboles verdes que conducen a Constanza; del derecho, los cactus y la tierra reseca del sur. Cruzaron ríos —uno de ellos sobre un árbol caído que sirve de puente— y caminaron a pie bajo el sol ardiente, sin sombra donde refugiarse. Aun así, el cansancio se desvaneció al llegar.

Porque allí estaban ellos: los niños de El Gramazo, con los ojos llenos de luz y esa sonrisa tan pura que cambia el color del mundo. Nos esperaban con gratitud silenciosa, con abrazos que hablaban más que las palabras. Y de inmediato se supo: valió la pena cada paso.

Se llevaron materiales escolares cuidadosamente preparados para apoyar el inicio del año escolar, pero lo más valioso fue lo invisible: la ternura compartida, el respeto mutuo y la certeza de que los lazos humanos pueden cambiar realidades.

En medio de esa entrega, surgió algo más profundo: un reencuentro con la humanidad esencial. La comunidad, marcada por los desafíos del aislamiento, ofreció algo que no se empaca en una mochila: hospitalidad verdadera, sencillez, honestidad y calor humano.

“Allí entendimos que hay lugares donde, a pesar de la necesidad, la vida florece en gratitud. Donde la docencia se vive como un acto de amor —como lo encarna Kelvin, director de la escuela—, y donde la esperanza resiste, día tras día, con valentía”, expresó Milena Delgado, directora de Mujeres Corona.

La inspiración para esta visita nació del deseo profundo de conocer esa comunidad que, por años, ha sido iluminada por las crónicas del periodista Vianco Martínez, quien ha contado con belleza y verdad las historias de este rincón del país, donde los ríos se entrelazan, las tardes parecen de nácar… y de Dios, que siempre pone el querer como el hacer.

La jornada dejó más que cuadernos y lápices: dejó huellas. En quienes llevaron y en quienes recibieron. Porque hay viajes que no terminan cuando se regresa… sino cuando se comprende que lo esencial siempre tiene forma de abrazo.

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