Un Pueblo Donde las Miradas Juzgan
En Constanza, ese valle dominicano rodeado de montañas donde el aire es fresco pero los prejuicios asfixian, Patricia —nombre ficticio para proteger su identidad— representa el ideal de mujer perfecta. Su casa una mansión impecable, sus hijos matriculados en el mejor colegio privado de la zona, y su matrimonio con el hijo de una prominente familia de empresarios agrícolas, la colocan en la cúspide social de este pueblo donde todos actúan pero nadie habla.
«Aquí no puedes simplemente ser feliz; tienes que parecerlo», confiesa en voz baja durante una de nuestras conversaciones, mientras sus manos juegan nerviosas con el borde de su taza de café. Lo que vive Patricia en este rincón de República Dominicana no es distinto a lo que ocurre en las urbanizaciones cerradas de México DF, en los barrios elegantes de Medellín, o en los círculos burgueses de París o Madrid. El escenario cambia, pero la obra es la misma.
Matrimonio: Un Teatro Bien Ensayado
En Constanza, como en tantas otras sociedades pequeñas donde la reputación es moneda de cambio, el matrimonio de Patricia sigue un guión establecido:
- Los domingos: Misa en la primera fila, vestidos impecables, saludos sonrientes al sacerdote.
- En público: Manos tomadas en el parque o en algún restaurant, sonrisas para las fotos en eventos sociales.
- En privado: Habitaciones separadas, conversaciones frías, vidas paralelas que sólo se cruzan por obligación.
«Es como vivir en una vitrina», describe Patricia. «Todos te observan, pero nadie ve realmente.»
La Mentira que Todos Conocen (Pero Nadie Denuncia)
En este pueblo —y en miles como él alrededor del mundo—, el silencio es la norma. Todos saben, pero nadie habla:
- El esposo viaja «por negocios» a Santiago o Santo Domingo más de lo necesario.
- Ella recibe visitas discretas de un antiguo amor cuando su marido no está.
- Los vecinos murmuran, pero delante de ellos aplauden la «familia ejemplar».
¿Por qué? Porque en lugares como Constanza —y en las altas esferas de cualquier ciudad—, el divorcio sigue siendo un estigma peor que la infelicidad.
El Costo de Mantener las Apariencias
Las consecuencias de esta farsa son profundas:
✔ En lo emocional: Patricia sufre ataques de ansiedad que atribuye al «estrés».
✔ En lo social: Sus hijos aprenden que el amor es una fachada.
✔ En lo colectivo: Todo el pueblo participa, activa o pasivamente, en esta cultura del engaño.
«A veces pienso en irme», admite. «Pero ¿adónde voy? Esto no es sólo problema de Constanza… es así en todas partes.»
¿Hasta Cuándo?
La historia de Patricia nos obliga a preguntarnos:
- ¿Por qué seguimos validando sociedades que premian la ficción y castigan la autenticidad?
- ¿Cuántas generaciones más tendrán que vivir atrapadas en este juego?
Mientras en Constanza —y en el mundo— el «qué dirán» siga siendo más importante que el «qué siento», habrá millones de Patricias condenadas a sonreír mientras se desmoronan por dentro.