Turismo y agroturismo, las nuevas apuestas para salvar a Constanza de la erosión y el cemento
Por Eduardo García Michel
Ahora que el valle de Constanza está mermado en su comunicación por el cierre temporal de la carretera que la comunica con el Cibao desde el Abanico, autopista Duarte, causado por un derrumbe, conviene solicitar a las autoridades la puesta en vigencia de un plan nacional que preserve la sostenibilidad de las vías, ahorre recursos al erario e inconvenientes a la ciudadanía.
Y, relacionado con Constanza, Robert Schomburgk, cónsul británico, atestigua que, en 1851, cuando la visitó, solo se producía ganado alimentado por pasto natural. Era así desde 1750. A pesar de eso, las hortalizas y las flores se daban muy bien. La excusa para no labrar la tierra era que de vez en cuando venía el «volcán», súbita bajada de la temperatura que quemaba la producción de flores y vegetales.
La experiencia que narra es aleccionadora. Dice:
«No fue pequeña mi sorpresa cuando un residente permanente de Constanza, un mulato de mucha inteligencia me trajo a la mañana siguiente una carretilla llena de comestibles que hubieran hecho honor al mercado de Covent Garden: tomillo, cebolla, puerro, apio, batatas, y otros productos tropicales, acompañado de un ramillete de rosas cien hojas, claveles y azucenas. Comencé a dudar de los efectos del «volcán» pero el señor Antonio me explicó el hecho de la manera siguiente: «Yo soy, comenzó diciéndome, nativo de San Juan, cerca de la frontera haitiana. La última guerra entre haitianos y dominicanos me privó de todo lo que tenía, y cuando Soulouque se acercó a la frontera de nuevo, resolví volar hacia estas apartadas lomas de Constanza. Cuando llegué a este lugar acompañado de mi familia, hace cosas de dos años, un maldito fenómeno de esos de que usted habla acababa de pasar por el valle dejando toda la vegetación destruida. Fue una visión triste para un hombre que pensaba asentarse aquí y cultivar la tierra para el sostenimiento de su familia. No obstante, puse buena cara al mal tiempo. Pensé que era mejor luchar contra la naturaleza que contra salvajes como los haitianos, quienes en la oscuridad de la noche caen sobre nuestras haciendas, raptan nuestros hijos, roban el ganado e incendian nuestros «bujíos». Así, me arrodillé y recé a Nuestra Señora de la Merced, quien me ha oído, pues desde que vine aquí no ha aparecido el «volcán» destructor en todo el valle. Sin embargo, tengo que salir de aquí, porque soy el único que trabaja y el resto quiere vivir de mí, y mis conucos son constantemente robados».
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