Por Luis Medrano – Letal
Desde que comencé a recorrer el país, promoviendo nuestras fiestas patronales, carnavales, festivales y nuestra cultura he tenido el privilegio de conocer de forma cercana y estrechamente a los alcaldes y alcaldesas. He descubierto en ellos un profundo sentido de solidaridad y un respeto inmenso por sus comunidades.
Estos líderes locales encarnan la paciencia, la prudencia y la calma; son personas equilibradas y generosas, con una vocación de servicio arraigada. Están dispuestos a tender una mano a todos, sin importar su origen social ni preferencia política.
Pero su generosidad se pone a prueba constantemente. Imaginen la presión de administrar recursos limitados, cuando las necesidades son infinitas. Personas humildes acuden a ellos en busca de alimentos, medicinas, ayuda para pagar el alquiler, o incluso para cubrir los gastos de un funeral, estudiantes para pagar pasajes o comprar un libro. Las juntas de vecinos llegan con diferentes urgencias de todo tipo. En cada esquina del pueblo alguien necesita un vale de gasolina, un par de pesos, o una solución a un problema que no puede esperar.
A pesar de estas dificultades, los alcaldes y alcaldesas que he conocido siempre encuentran la manera de ayudar. Son personas dinámicas, con excelentes habilidades de comunicación y un compromiso inquebrantable con su comunidad y ciudadanos.
Sin embargo, esta vocación de servicio tiene un precio. Los alcaldes, especialmente en pueblos pequeños, a menudo sufren en silencio el trato injusto de la rivalidad política, las críticas en redes sociales y la incomprensión de los medios nacionales.
Ponerse en los zapatos de un alcalde en un país con tantas necesidades es exponer la paz mental, la salud emocional, la estabilidad familiar y la integridad personal. Es enfrentarse a la tarea de resolver problemas inmediatos, desde una receta médica hasta una pinta de sangre, cuando los trámites burocráticos parecen imposibles de superar y terminan acusados de un mal manejo de fondos por ayudar a un comunitario con un problema de urgencia.
Tener que lidiar con un pais sin educación de la higiene pública, sin la conciencia de que no se debe acumular basuras, de que hay que cuidar la salud y no tirar desechos en las calles es una difícil tarea.
Por eso, hoy elevo una oración por todos los alcaldes y alcaldesas de nuestra nación. Que Dios les dé la fortaleza, la sabiduría y la gracia para seguir siendo faros de esperanza en sus comunidades.
¡Sean buenos siempre!
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