¿Alguna vez has tenido la sensación de que, a pesar de tus logros, en cualquier momento alguien va a «descubrirte»? ¿Que tu éxito se debe más a la suerte o a un error, que a tu capacidad real? Si es así, no estás solo. Este fenómeno, conocido como el síndrome del impostor, es más común de lo que se cree y afecta a individuos de todos los ámbitos, desde estudiantes hasta ejecutivos de alto nivel.
Aunque popularmente se piensa que es sinónimo de baja autoestima, la realidad es más compleja. No es un trastorno mental diagnosticable, sino un patrón psicológico de inseguridad. Uno de los mitos más persistentes es que solo afecta a las mujeres; la realidad es que impacta por igual a todos los géneros, aunque puede manifestarse de manera diferente. Tampoco es cierto que solo lo padezcan los novatos; profesionales altamente cualificados y con décadas de experiencia suelen ser sus víctimas más silenciosas, perpetuando un ciclo de autoexigencia desmedida y estrés.
La buena noticia es que este síndrome se puede gestionar. Comienza por externalizar el sentimiento: reconócelo y nómbralo. Documenta tus logros y las habilidades que utilizaste para conseguirlos, creando un «archivo de evidencias» objetivo contra esos pensamientos intrusivos. Comparte cómo te sientes con personas de confianza; descubrirás que muchos colegas experimentan lo mismo.
Finalmente, redefine el éxito, entendiendo que la competencia no significa saberlo todo, sino tener la capacidad de aprender y adaptarse.
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