“Desde el pueblo más alto del Caribe, con el corazón más cálido que nunca”
Por Marcel Calcaño
Existe un pueblo en el Caribe donde el clima frío prevalece los doce meses del año. La sensación de calor es mínima, lo cual resulta, cuando menos, extraordinario. Estudios geológicos han determinado que, en eras prehistóricas, esta zona constituía un extenso lago. Este origen es la causa de la excepcional fertilidad de sus tierras negras, ricas en nutrientes, que permiten el cultivo eficiente de prácticamente cualquier producto de clima templado y aseguran cosechas de hortalizas, víveres, vegetales y frutas de la más alta calidad.
Polo, porque la definición de esta palabra se refiere a un punto singular que atrae la atención y el interés. Norte, porque está situado en la región norte del Cibao Central, en plena Cordillera Central de Quisqueya la Bella.
Su impresionante altitud, a 1,200 metros sobre el nivel del mar, le confiere el reconocimiento de ser la comunidad habitada más elevada de todo el Caribe. Esta elevación le otorga, además, una cualidad singular: la de funcionar como una gran esponja natural. Su superficie boscosa condensa la neblina, las nubes y la humedad, que se adhieren al follaje y descienden por los tallos hasta el suelo. Posteriormente, esta agua alimenta el manto freático, generando corrientes subterráneas que convergen en riachuelos y, eventualmente, en ríos de caudal considerable. Se estima que aproximadamente el 80% de los ríos del país nacen o tienen sus principales afluentes en Constanza, razón por la cual ha merecido, con justicia, el título de Madre de las Aguas.
Estas condiciones excepcionales —la abundancia de alimentos, la comodidad de un clima agradable y puro, y la distancia relativa de centros urbanos marcados por una lucha feroz por la supervivencia— han moldeado la actitud, el carácter y la cosmovisión de sus habitantes.
Así, desde los comerciantes que abren sus puertas cada día con una sonrisa genuina; los profesionales que se esfuerzan por ofrecer un servicio de excelencia; los trabajadores independientes, los agentes de seguridad, el personal sanitario, los agricultores, ganaderos y comerciantes… todos, casi de manera inherente, comparten una filosofía de vida clara:
“No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita para ser feliz”.
No podemos permitirnos dejar de ser esa gente que se saludaba en la acera, que compartía el último bocado sin pensarlo dos veces, y que valoraba más la felicidad auténtica que la apariencia.
Se trata de dejar de acumular posesiones y recuperar lo único que es verdaderamente nuestro: nuestra dignidad, nuestra palabra empeñada y el amor inmenso por esta tierra.
Porque ser dominicano no se reduce a portar una cédula de identidad; consiste en tener el valor de actuar con decencia, incluso cuando nadie observa.
Esta reflexión nos invita a que, en esta Navidad y siempre, dejemos de centrarnos en el tener y empecemos a concentrarnos en el ser: en la presencia plena, el abrazo largo, la mirada limpia y la mano tendida. Porque, al final del camino, la pregunta crucial no será cuánto acumulamos, sino cuánto significamos para los demás.
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