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Hacia un Modelo Dominicano de Ciudades Resilientes y Bajas en Carbono

Aplicando aprendizajes internacionales para una transformación urbana sostenible en la República Dominicana

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Luego de estudiar en profundidad el modelo de ciudades resilientes y bajas en carbono, tras una visita a la República Popular China —particularmente a Beijing y Shanghái— y participar en el Seminario sobre la Construcción de Ciudades Resilientes y Verdes, comprendí que la sostenibilidad urbana no puede seguir siendo un discurso aspiracional. Lo que allí observé y analicé demuestra que, cuando la planificación territorial, la eficiencia energética, la movilidad sostenible y la gestión del agua se integran en un sistema coherente respaldado por leyes, estándares técnicos y una coordinación real entre niveles de gobierno, la transformación urbana deja de ser una meta a largo plazo para convertirse en un proceso en marcha. El ejemplo chino es contundente: grandes metrópolis y pequeñas comunidades han logrado modelos urbanos seguros, funcionales y adaptados al cambio climático, gracias a una hoja de ruta clara y a la disciplina en su ejecución.

En la República Dominicana, nuestra condición insular, la alta exposición a fenómenos climáticos extremos y la urbanización acelerada nos colocan en una posición crítica. Las inundaciones recurrentes, la presión sobre los ecosistemas, la congestión vehicular y la creciente demanda de energía no renovable son síntomas de un modelo urbano que, si no se corrige, comprometerá nuestra competitividad, salud pública y estabilidad social. La Ley 368-22 de Ordenamiento Territorial es un paso importante, pero no basta con que exista en el papel: hay que convertirla en un instrumento operativo que articule políticas, inversiones y acciones medibles en cada territorio.

De la experiencia en China destaco la implementación de las llamadas “ciudades esponja”, que combinan infraestructura verde y soluciones basadas en la naturaleza para absorber, almacenar y reutilizar el agua de lluvia. Más de 250 ciudades ya aplican este modelo, reduciendo el riesgo de inundaciones y fortaleciendo la resiliencia urbana. También observé la rigurosidad en los estándares de construcción verde, que incluyen eficiencia energética, ventilación natural, materiales sostenibles y monitoreo inteligente, desde la fase de diseño hasta la operación y mantenimiento de las edificaciones. En movilidad, el enfoque de desarrollo orientado al transporte (TOD) reorganiza la expansión urbana alrededor de nodos de transporte masivo, priorizando al peatón, la bicicleta y el transporte eléctrico. La digitalización del territorio mediante BIM, IoT y sistemas GIS permite monitorear en tiempo real la infraestructura y los servicios, mientras que el modelo de “ciudad de 15 minutos” garantiza acceso a servicios esenciales sin depender de desplazamientos costosos y contaminantes.

En nuestro contexto, replicar estos modelos requiere adaptación. No se trata de importar soluciones de forma literal, sino de ajustarlas a nuestras realidades geográficas, económicas y sociales. Constanza, por ejemplo, podría implementar un plan de ciudad esponja adaptado a zonas montañosas, con movilidad interna no motorizada y edificaciones eficientes para climas fríos. Santo Domingo, con su alta densidad poblacional, podría desarrollar corredores TOD que conecten el transporte masivo con la regeneración urbana de barrios vulnerables, reduciendo la dependencia del automóvil. Santiago podría liderar en transporte eléctrico intermunicipal y barrios de proximidad funcional, mientras que Samaná y La Vega podrían aplicar gestión hídrica basada en la naturaleza para mitigar inundaciones.

Otros casos también resultan estratégicos. Baní podría integrar movilidad sostenible con producción agrícola baja en carbono, creando corredores verdes que conecten zonas productivas con áreas urbanas mediante transporte eléctrico. Puerto Plata podría convertirse en un modelo de resiliencia costera, integrando infraestructura de defensa contra el aumento del nivel del mar con energías renovables y turismo sostenible. Estas aplicaciones no solo son técnicamente viables, sino que generarían beneficios económicos, ambientales y sociales de largo plazo.

Para que esta transición sea posible, se necesita un marco normativo robusto que incluya un código nacional de construcción verde, incentivos fiscales para proyectos de bajo carbono, programas de capacitación técnica y un sistema de seguimiento que mida avances de forma transparente. La movilidad debe priorizar el transporte público eléctrico, las ciclovías y las redes peatonales seguras. La gestión hídrica debe ir más allá de drenajes convencionales, incorporando restauración de cuencas y modelos de ciudades esponja. La digitalización debe permitir que cada municipio cuente con herramientas para planificar, monitorear y responder a emergencias con información actualizada.

No podemos olvidar que todo esto requiere decisión política sostenida, articulación real entre gobierno central, gobiernos locales y sector privado, así como inversión pública y privada alineada con metas de resiliencia y descarbonización. El capital humano debe formarse continuamente para diseñar, ejecutar y mantener proyectos sostenibles. Y, sobre todo, necesitamos pasar de los diagnósticos a la ejecución. La oportunidad está frente a nosotros, pero la ventana de tiempo se reduce cada año.

La transición hacia ciudades resilientes y bajas en carbono en la República Dominicana no es una aspiración lejana; es un imperativo para garantizar la viabilidad de nuestro territorio y la calidad de vida de nuestra población. Tenemos la capacidad técnica, el marco legal y las referencias internacionales para hacerlo. Lo que falta es la voluntad de convertirlo en política de Estado y en compromiso ciudadano. Si postergamos esta transformación, los costos económicos, sociales y ambientales serán exponencialmente mayores.

Lo que vi en Beijing y Shanghái me dejó claro que no se necesita ser un país rico para actuar; se necesita ser un país decidido. Y en ese sentido, cada día que pasa sin actuar es un día que compromete el futuro de nuestras ciudades y comunidades. El momento de actuar es ahora, con la convicción de que lo que decidamos e implementemos hoy definirá el tipo de país y de ciudades que heredaremos a las próximas generaciones.

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