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Tireo, la tierra que sangra y aún la siguen hiriendo

“La herida de un pueblo que produce riqueza a costa de su propia muerte.”

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Hay cosas que duelen más que la pobreza: duele ver cómo un pueblo mata lo que le da la vida. Tireo no está muriendo por falta de ayuda , está muriendo por la mano de su propia gente. La presa ya no refleja el cielo, refleja la basura. Los ríos ya no suenan a vida, sino a desecho. Las aguas que un día fueron limpias ahora arrastran plásticos, químicos, pesticidas y vergüenza.

Y lo más triste es que todos lo saben. Se ve, se huele, se siente. Pero nadie dice nada. Los que más han ganado de esta tierra son los primeros en callar. Esos mismos que se jactan de ser los grandes productores, los que presumen sus cosechas, hoy esconden la culpa detrás de sus maquinarias, de sus tractores, de sus bolsillos. Tú no trabajas la tierra, la torturas. La obligas a dar lo que ya no tiene, la fuerzas a producir entre el veneno y la indiferencia.

Es fácil destruir: desaparecer montañas, desviar ríos, quemar árboles o arrancarlos en silencio. Es fácil subir hasta lo alto de las lomas para cortar y pinchar las venas de agua, para extraer lo que no pueden desplazar a su territorio. Lo que no ven es que cada gota robada, cada árbol incendiado, es un préstamo que le piden al futuro; y el futuro ya no podrá pagar. La tierra no necesita vengarse de ti, solo necesita esperar: tú dependes de ella, no ella de ti. Y cuando llegue ese momento, será tarde hasta para el arrepentimiento.

Y mientras el campo agoniza, ellos hacen gestiones silenciosas para que el Estado les cubra sus pérdidas y les exonere sus préstamos o les pague sus deudas, sin asumir que esas pérdidas nacen de su propio descuido. Eres tan pobre, que lo único que tienes es lo que la tierra ya no puede darte. Se llenan los bolsillos, pero vacían la conciencia. Explotan la tierra, pero no la respetan. La contaminan y después lloran las inundaciones, las plagas, los derrumbes, los ríos desbordados.

El Estado tampoco queda exento. Es parte del problema y cómplice del daño. Crea leyes que muchas veces se cumplen solo en el papel, y que luego él mismo anula con sus decisiones. Es el Estado el que impone una franja de protección de treinta metros a cada margen de río, pero también es el mismo que después compensa al que la siembra ilegalmente. El río arrastra la cosecha, y el Estado llega con créditos blandos, préstamos condonados y ayudas económicas para reparar lo que nunca debió autorizarse. Así, el sistema se convierte en un círculo de impunidad: el ciudadano destruye, el gobierno recompensa y la tierra paga la factura. De nada sirven las leyes si se convierten en excusas para justificar los errores de quienes deben cumplirlas. La sanción, la reparación y la prevención deben coexistir, pero mientras el castigo se reemplace por el perdón económico y el cumplimiento por la complacencia, la degradación seguirá siendo política de Estado disfrazada de ayuda social.

Y todavía tienen el descaro de señalar con el dedo, de culpar a las autoridades, como si la culpa no naciera en el mismo lugar donde se tira la primera funda de basura al agua. Tireo no necesita discursos ni promesas, necesita arrepentimiento. Necesita que cada agricultor, cada comerciante, cada vecino mire el fango y sepa que eso no lo hizo el gobierno: lo hizo él mismo.

Porque cuando el río se enferma, se enferma la tierra; cuando la tierra muere, muere el futuro. Y el día que ya no haya agua, que no brote una sola mata, que la presa sea solo un charco podrido, entonces será tarde. Muy tarde. Ese día, Tireo entenderá que no fue la naturaleza quien le falló, sino su propia gente. Y ojalá entonces el dolor no sea solo por las pérdidas, sino por la vergüenza de haber destruido con las manos lo que la vida le regaló con amor.

Y si la tierra pudiera hablar, no gritaría de rabia, lloraría de tristeza. Diría: “Yo soy Tireo, la que te dio alimento y sombra, la que soportó tus manos, tus máquinas, tus venenos y tus silencios. No te maldigo, hijo mío, porque aún con tus heridas sigo dándote de comer. Pero el día que muera, morirás conmigo.” DT

“Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora.”
Romanos 8:22

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