El viento frío de Constanza le rozó la cara mientras Claudia ajustaba su bufanda, mirando desde la plazoleta del pueblo. Había vuelto después de años, pero cada calle, cada aroma a café recién colado, le traía un susurro del pasado. Aquí, entre estas montañas que la vieron crecer, había aprendido que el mundo podía ser amable.
Claudia cerró los ojos por un instante. En su memoria, sonaba una vieja canción de los 90, aquella que siempre ponían en la cafetería de Don Luis. La letra hablaba de amores y sueños, y la gente tarareaba sin prisas. Ahora, el sonido que salía de los bares era distinto: un ritmo monótono, sin alma, que se repetía como si quisiera adormecer a quien lo escuchara.
«No es solo aquí», pensó. Era una epidemia mundial. Pero en Constanza, donde el silencio tenía su propia melodía, le dolía más.
Se dirigió hacia el local que antes frecuentaba en sus años de universidad. Antes, ese lugar era un punto de reunión donde estudiantes, agricultores y turistas compartían mesas sin prejuicios. Se reían, discutían de política o simplemente disfrutaban del calor humano.
Hoy, el café seguía ahí, pero el ambiente era distinto. Grupos separados, miradas recelosas. Algo se había roto.
«Pero no se ha perdido del todo», se dijo Claudia. Recordó las palabras de sus padres: «Los pueblos, como las personas, tienen temporadas. A veces duermen, pero siempre pueden despertar.»
Claudia tomó su taza de chocolate caliente y sonrió. No quería solo recordar; quería ser parte del cambio. Imaginó talleres de música en el Parque Anacaona, donde los jóvenes descubrieran que había más allá de los beats repetitivos. Soñó con ferias de libros, con negocios que no solo vendieran, sino que enseñaran a valorar lo auténtico.
«Un cliente educado no busca peleas», recordó. Y si alguien tenía que empezar, ¿por qué no ella?
Al salir, el cielo estaba teñido de anaranjado. Claudia respiró hondo. No se iría esta vez. Constanza la necesitaba, pero más importante: ella necesitaba a Constanza.
Porque los lugares que amamos no son solo paisajes. Son pedazos de nosotros que esperan ser reconquistados.
Y ella estaba lista para volver a casa.